Feminismo en un lugar de la Mancha
Dos centenares de mujeres circulan a lo largo de las páginas del Quijote rompiendo con los convencionalismos de la época.
Fanny Rubio | 23 abril, 2016 | 08:25 h
Libro de feminidad fue llamada la primera parte de Don Quijote de la Mancha por grandes escritores, hoy ya clásicos, entre ellos Azorín, en el entorno del tercer centenario de su impresión (se publicó en 1605 y se celebró en 1905). Cien años después (2005) quedó de manifiesto la insistente representación de lo femenino en la obra de don Miguel. No ha sido así, sin embargo, en el cuarto centenario de la segunda parte del Quijote (se publicó en 1615 y se conmemoró en 2015) y el de la muerte del escritor (falleció en 1616 y se le homenajea este año): ha dado la impresión de que las voces femeninas se repliegan de nuevo ante un panorama público casi privado de voces de mujeres y del diálogo que llevan consigo. Sin embargo, de pronto, cuando menos lo esperamos, avisan.
Indiferentes a las subidas y bajadas del crédito, las mujeres del Quijote encarnan por sí mismas y de manera independiente los conflictos de la existencia: son las «figuras reflexivas» de las que habla el escritor Carlos Fuentes. Piensan y hacen pensar. A través de ellas, Cervantes tiene más libertad para restituir, entre bromas y veras, la verdad oculta que la realidad tarda tiempo en mostrar. Van a reaparecer en distintas etapas de la historia marcando los arquetipos de la mujer española moralmente obligada a desmelenarse cuando la circunstancia le puede, siendo autónoma en la expresión de los sentimientos y portadora de ansias de libertad.
En aquellos años quijotescos caracterizados por la crisis, las guerras, las epidemias y la hambruna que los historiadores Maravall, Domínguez Ortiz o Pierre Vilar han estudiado a fondo, Cervantes alumbra 200 figuras femeninas que circulan por las páginas de su obra más ilustre. El escritor conoce bien a las mujeres: la madre muere en 1593, pierde a su hermano Rodrigo (con quien comparte cautiverio en Argel) en 1600. De su hermano Juan apenas hay noticia. Por eso, la presencia familiar femenina de mayor influencia la constituyen, pues, las hermanas: Luisa, carmelita en Alcalá; y en la casa familiar Andrea, Magdalena, la sobrina Constanza (hija de Andrea), la hija de Miguel de Cervantes, Isabel, y Catalina (su esposa por temporadas).
Treinta y nueve mujeres toman cuerpo y voz en el primer libro. Se muestran a través de monólogos propios y de referencias narradas por otros personajes y reproducen tal multiplicidad de caracteres que seguir la trayectoria de cada una nos permite realizar una lectura paralela del núcleo central principal sin apartarnos del argumento. Las historias de amor que cuentan son el mejor espejo de su sufrimiento pasional a imitación de modelos como Amadís de Gaula. Sobre ellas fluctúan los mitos femeninos de Ariadna, las diosas Palas y Venus; las medeas, helenas, tisbes, danaes, las ninfas o las santas. Unas son retratadas con pincelada gris, como las prostitutas en el entorno de la venta, llamadas señoras por el hidalgo. Fondo gris, igualmente, es el que detectamos ante la información intrascendente que el escritor nos reserva para el ama y la sobrina, que ganan en personalidad y gesto con el avance de la trama.
Destacan las contradictorias Dulcinea-Aldonza Lorenzo, o la pastora Marcela, o esa bellísima Dorotea que atraviesa la Sierra para recuperar con don Fernando su honra; la lectora enamorada, Luscinda; la italianizante Camila llevada a la traición conyugal; o Zoraida, argelina acaudalada que se embarca por amor a un cristiano que es quien relata el periplo; o Marisancha, la hija adolescente de Sancho; la mujer de este, Teresa Panza; Leandra, la burlona Duquesa, la tocadora de arpa Altisidora, la temeraria y a caballo Claudia Jerónima, como la morisca Ana Félix, atrayente hija del tendero morisco Ricote, la empleada de la venta, Maritornes, etc.
Componen un retablo calculado en función de sus temperamentos, inquietudes, la socarronería, la sentimentalidad. Son alternativamente independientes, irónicas, hoscas, compasivas, fuertes o vulnerables de acuerdo con las propias vivencias. Así, los deseos de libertad y de aventura de Marcela, las ansias de realización amorosa y el relato de los amores y dolores de Dorotea y el sentido de la dignidad y responsabilidad de Ana Félix cobran en boca de estas mujeres quijotescas un perfil de modernidad que hoy mismo nos sorprende. Como estudió Carmen Castro, es la fuerza de las acciones que estas emprenden la que modula sus variadas identidades y la que marca sus destinos. La bella Marcela pone delante del lector su capacidad de renuncia, decidida a ser fiel a su idea de independencia por encima de los reclamos amorosos de Grisóstomo; Luscinda resuelve sus trances amorosos a través de la estrategia; Dorotea se echa al camino para obligar al amante traidor a cumplir su promesa de matrimonio; Zoraida abandona a su familia por seguir al cristiano que no solamente la enamora sino que acompaña su conversión al cristianismo; la sobrina del hidalgo, pura referencia de parentesco, recupera su nombre y apellido al final a la vez que la herencia. A muchas damas don Quijote las escucha atentamente, a pocas esquiva con afán pudoroso y a una inmensa mayoría protege, como a Doña Rodríguez, a quien el caballero asegura atender «con castos oídos y socorrida con piadosas obras».
Una lucha que sigue vigente
Tantos suspiros y risas y reclamos y lágrimas femeninos se suceden que hay quien denomina estos capítulos conciertos de aire. Por eso no es exagerado retomar la opinión de la hispanista Iris Zavala al observar que Cervantes se anticipa a Freud al recostar a las mujeres, una a una, en el sofá del psicoanálisis para asistir al relato de sus anhelos y hacérnoslas queribles. Sucede con el grupo de Sierra Morena y de la venta, protagonizado al alimón por Marcela, Luscinda, Dorotea, Zoraida Son mujeres que atraviesan violencias y dramas de difícil resolución aparente, mas con final armónico, como sucede con Dorotea o Ana Félix, separada de su familia y luego reencontrada bajo el impacto de la expulsión de los moriscos. En momentos excepcionales son elevadas a la más alta cumbre para hundirlas después en un fondo de pesadilla. Lo representa en su versión de Dulcinea, dama de los sueños, destinataria de una carta sublime en las alturas en la primera parte y hallada en la segunda en circunstancias de gran necesidad en el fondo de la cueva de Montesinos.
Don Quijote asiste a estas mujeres con facultad de oyente y las lanza amorosamente al camino, primero llano y de sierra escarpada, finalmente urbano y costero como es el mar de Barcelona. Pocas quedan en el ámbito doméstico cuando sus intereses por recuperar la honra o el amor, o las dos cosas, las lleva lejos de sus casas. Una vez lejos de su papel tradicional recuperan la fuerza gracias a sus acciones y regresan transformadas, con ganas de seguir reafirmadas a través del diálogo con su entorno, poniendo en entredicho el concepto tradicional de autoridad. ¡Qué extraña lección hoy en que nos reconocemos públicamente faltos de palabras eficaces, como las que albergan, una a una, y todas, en su conjunto, las chicas de Cervantes!
DOROTEA
Hija de labradores andaluces acomodados, capacitada para administrar la hacienda, sensual, tocadora del arpa, ocupa mayor espacio que las demás. Desdichada en amores por la traición de un don Fernando huido, a quien va a buscar por Sierra Morena, siente un amor con carga de esperanza y de angustia que no resta nada a su sentido de la razón. Blanca de piel, largos cabellos, hermosas piernas y pies desnudos que lava junto al agua del río disfrazada de muchacho con monterilla que le recoge el pelo, es descubierta como un ángel por el Cura, el Barbero, Cardenio y, después, don Quijote. Buena intérprete, disfruta en la ficción tomándole cariñosamente el pelo a don Quijote al fingirse la princesa Micomicona. Consigue que el viejo hidalgo, embobado por su belleza, pase a segundo plano a Dulcinea.
ZORAIDA
Llamada Rosa de pasión por Concha Espina, quien la destaca por su belleza. Es hija del poderoso argelino Agi Morato, enamorada de un cautivo cristiano que relata su historia en la venta en presencia de Luscinda y Dorotea, fascinadas ante la cultura, refinamiento y el asentimiento silencioso de ella. La historia remite al episodio real protagonizado entre la hija de un potentado árabe y un cristiano durante el cautiverio en Argel de Cervantes. Ella surge en el relato ricamente vestida y enjoyada, en el lugar de reclusión de los cautivos a quienes ayuda a fugarse en una barca contraviniendo la autoridad paterna. Su objetivo: encontrar a la Virgen, Lela Marién, convertirse al cristianismo bajo su nuevo nombre de María, y desposarse con el cristiano. Representa la libertad individual frente a la norma de la sociedad a la que pertenece.
MARCELA
La Guerrera. Huérfana de padre y madre, jovencísima pastora refinada, sabe leer y escribir y se nos aparece retirada a la contemplación en la Sierra junto a las cumbres, los ríos y los árboles. Rodeada de acosadores pretendientes que se disfrazan de pastores para poder ser aceptados, es considerada «protofeminista» al defender la libertad por encima de todo («Yo nací libre») y rechazar a Grisóstomo, que muere por su amor. No obstante, Marcela reclama la soledad de los campos en el capítulo más solemne del Quijote. Denuncia el acoso al que son, gran parte de las veces, sometidas las mujeres y es la figura que reta con mayor potencia al patriarcado. Quienes escuchan su razonamiento quedan admirados por su inteligencia, y, ante el intento de culparla de la muerte de Grisóstomo, don Quijote la defiende con contundencia.
ALDONZA/DULCINEA
Dos nombres de un mismo personaje que representan la realidad y la imaginación encarnadas en una mujer del Toboso. Hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales, analfabeta, sensata, atrevida, de complexión fuerte y bromista. La ficción cervantina engendra sobre ese modelo realista el opuesto de Dulcinea, amada intangible «de hermosura sobrehumana» que representa el ideal platónico y apenas tiene voz. Por ella vive el caballero andante. Contra este ideal de mujer llena de virtudes que representa los sueños del Quijote hablarán otros personajes, del incrédulo Sancho a las mozas burlonas del Palacio Ducal. Don Quijote se mantiene en sus trece: son los malos encantadores, al acecho, quienes han convertido a su princesa en villana.
Artículo actualizado el 23 abril, 2016 | 10:35 h
Fanny Rubio | 23 abril, 2016 | 08:25 h
Libro de feminidad fue llamada la primera parte de Don Quijote de la Mancha por grandes escritores, hoy ya clásicos, entre ellos Azorín, en el entorno del tercer centenario de su impresión (se publicó en 1605 y se celebró en 1905). Cien años después (2005) quedó de manifiesto la insistente representación de lo femenino en la obra de don Miguel. No ha sido así, sin embargo, en el cuarto centenario de la segunda parte del Quijote (se publicó en 1615 y se conmemoró en 2015) y el de la muerte del escritor (falleció en 1616 y se le homenajea este año): ha dado la impresión de que las voces femeninas se repliegan de nuevo ante un panorama público casi privado de voces de mujeres y del diálogo que llevan consigo. Sin embargo, de pronto, cuando menos lo esperamos, avisan.
Indiferentes a las subidas y bajadas del crédito, las mujeres del Quijote encarnan por sí mismas y de manera independiente los conflictos de la existencia: son las «figuras reflexivas» de las que habla el escritor Carlos Fuentes. Piensan y hacen pensar. A través de ellas, Cervantes tiene más libertad para restituir, entre bromas y veras, la verdad oculta que la realidad tarda tiempo en mostrar. Van a reaparecer en distintas etapas de la historia marcando los arquetipos de la mujer española moralmente obligada a desmelenarse cuando la circunstancia le puede, siendo autónoma en la expresión de los sentimientos y portadora de ansias de libertad.
En aquellos años quijotescos caracterizados por la crisis, las guerras, las epidemias y la hambruna que los historiadores Maravall, Domínguez Ortiz o Pierre Vilar han estudiado a fondo, Cervantes alumbra 200 figuras femeninas que circulan por las páginas de su obra más ilustre. El escritor conoce bien a las mujeres: la madre muere en 1593, pierde a su hermano Rodrigo (con quien comparte cautiverio en Argel) en 1600. De su hermano Juan apenas hay noticia. Por eso, la presencia familiar femenina de mayor influencia la constituyen, pues, las hermanas: Luisa, carmelita en Alcalá; y en la casa familiar Andrea, Magdalena, la sobrina Constanza (hija de Andrea), la hija de Miguel de Cervantes, Isabel, y Catalina (su esposa por temporadas).
Treinta y nueve mujeres toman cuerpo y voz en el primer libro. Se muestran a través de monólogos propios y de referencias narradas por otros personajes y reproducen tal multiplicidad de caracteres que seguir la trayectoria de cada una nos permite realizar una lectura paralela del núcleo central principal sin apartarnos del argumento. Las historias de amor que cuentan son el mejor espejo de su sufrimiento pasional a imitación de modelos como Amadís de Gaula. Sobre ellas fluctúan los mitos femeninos de Ariadna, las diosas Palas y Venus; las medeas, helenas, tisbes, danaes, las ninfas o las santas. Unas son retratadas con pincelada gris, como las prostitutas en el entorno de la venta, llamadas señoras por el hidalgo. Fondo gris, igualmente, es el que detectamos ante la información intrascendente que el escritor nos reserva para el ama y la sobrina, que ganan en personalidad y gesto con el avance de la trama.
Destacan las contradictorias Dulcinea-Aldonza Lorenzo, o la pastora Marcela, o esa bellísima Dorotea que atraviesa la Sierra para recuperar con don Fernando su honra; la lectora enamorada, Luscinda; la italianizante Camila llevada a la traición conyugal; o Zoraida, argelina acaudalada que se embarca por amor a un cristiano que es quien relata el periplo; o Marisancha, la hija adolescente de Sancho; la mujer de este, Teresa Panza; Leandra, la burlona Duquesa, la tocadora de arpa Altisidora, la temeraria y a caballo Claudia Jerónima, como la morisca Ana Félix, atrayente hija del tendero morisco Ricote, la empleada de la venta, Maritornes, etc.
Componen un retablo calculado en función de sus temperamentos, inquietudes, la socarronería, la sentimentalidad. Son alternativamente independientes, irónicas, hoscas, compasivas, fuertes o vulnerables de acuerdo con las propias vivencias. Así, los deseos de libertad y de aventura de Marcela, las ansias de realización amorosa y el relato de los amores y dolores de Dorotea y el sentido de la dignidad y responsabilidad de Ana Félix cobran en boca de estas mujeres quijotescas un perfil de modernidad que hoy mismo nos sorprende. Como estudió Carmen Castro, es la fuerza de las acciones que estas emprenden la que modula sus variadas identidades y la que marca sus destinos. La bella Marcela pone delante del lector su capacidad de renuncia, decidida a ser fiel a su idea de independencia por encima de los reclamos amorosos de Grisóstomo; Luscinda resuelve sus trances amorosos a través de la estrategia; Dorotea se echa al camino para obligar al amante traidor a cumplir su promesa de matrimonio; Zoraida abandona a su familia por seguir al cristiano que no solamente la enamora sino que acompaña su conversión al cristianismo; la sobrina del hidalgo, pura referencia de parentesco, recupera su nombre y apellido al final a la vez que la herencia. A muchas damas don Quijote las escucha atentamente, a pocas esquiva con afán pudoroso y a una inmensa mayoría protege, como a Doña Rodríguez, a quien el caballero asegura atender «con castos oídos y socorrida con piadosas obras».
Una lucha que sigue vigente
Tantos suspiros y risas y reclamos y lágrimas femeninos se suceden que hay quien denomina estos capítulos conciertos de aire. Por eso no es exagerado retomar la opinión de la hispanista Iris Zavala al observar que Cervantes se anticipa a Freud al recostar a las mujeres, una a una, en el sofá del psicoanálisis para asistir al relato de sus anhelos y hacérnoslas queribles. Sucede con el grupo de Sierra Morena y de la venta, protagonizado al alimón por Marcela, Luscinda, Dorotea, Zoraida Son mujeres que atraviesan violencias y dramas de difícil resolución aparente, mas con final armónico, como sucede con Dorotea o Ana Félix, separada de su familia y luego reencontrada bajo el impacto de la expulsión de los moriscos. En momentos excepcionales son elevadas a la más alta cumbre para hundirlas después en un fondo de pesadilla. Lo representa en su versión de Dulcinea, dama de los sueños, destinataria de una carta sublime en las alturas en la primera parte y hallada en la segunda en circunstancias de gran necesidad en el fondo de la cueva de Montesinos.
Don Quijote asiste a estas mujeres con facultad de oyente y las lanza amorosamente al camino, primero llano y de sierra escarpada, finalmente urbano y costero como es el mar de Barcelona. Pocas quedan en el ámbito doméstico cuando sus intereses por recuperar la honra o el amor, o las dos cosas, las lleva lejos de sus casas. Una vez lejos de su papel tradicional recuperan la fuerza gracias a sus acciones y regresan transformadas, con ganas de seguir reafirmadas a través del diálogo con su entorno, poniendo en entredicho el concepto tradicional de autoridad. ¡Qué extraña lección hoy en que nos reconocemos públicamente faltos de palabras eficaces, como las que albergan, una a una, y todas, en su conjunto, las chicas de Cervantes!
DOROTEA
Hija de labradores andaluces acomodados, capacitada para administrar la hacienda, sensual, tocadora del arpa, ocupa mayor espacio que las demás. Desdichada en amores por la traición de un don Fernando huido, a quien va a buscar por Sierra Morena, siente un amor con carga de esperanza y de angustia que no resta nada a su sentido de la razón. Blanca de piel, largos cabellos, hermosas piernas y pies desnudos que lava junto al agua del río disfrazada de muchacho con monterilla que le recoge el pelo, es descubierta como un ángel por el Cura, el Barbero, Cardenio y, después, don Quijote. Buena intérprete, disfruta en la ficción tomándole cariñosamente el pelo a don Quijote al fingirse la princesa Micomicona. Consigue que el viejo hidalgo, embobado por su belleza, pase a segundo plano a Dulcinea.
ZORAIDA
Llamada Rosa de pasión por Concha Espina, quien la destaca por su belleza. Es hija del poderoso argelino Agi Morato, enamorada de un cautivo cristiano que relata su historia en la venta en presencia de Luscinda y Dorotea, fascinadas ante la cultura, refinamiento y el asentimiento silencioso de ella. La historia remite al episodio real protagonizado entre la hija de un potentado árabe y un cristiano durante el cautiverio en Argel de Cervantes. Ella surge en el relato ricamente vestida y enjoyada, en el lugar de reclusión de los cautivos a quienes ayuda a fugarse en una barca contraviniendo la autoridad paterna. Su objetivo: encontrar a la Virgen, Lela Marién, convertirse al cristianismo bajo su nuevo nombre de María, y desposarse con el cristiano. Representa la libertad individual frente a la norma de la sociedad a la que pertenece.
MARCELA
La Guerrera. Huérfana de padre y madre, jovencísima pastora refinada, sabe leer y escribir y se nos aparece retirada a la contemplación en la Sierra junto a las cumbres, los ríos y los árboles. Rodeada de acosadores pretendientes que se disfrazan de pastores para poder ser aceptados, es considerada «protofeminista» al defender la libertad por encima de todo («Yo nací libre») y rechazar a Grisóstomo, que muere por su amor. No obstante, Marcela reclama la soledad de los campos en el capítulo más solemne del Quijote. Denuncia el acoso al que son, gran parte de las veces, sometidas las mujeres y es la figura que reta con mayor potencia al patriarcado. Quienes escuchan su razonamiento quedan admirados por su inteligencia, y, ante el intento de culparla de la muerte de Grisóstomo, don Quijote la defiende con contundencia.
ALDONZA/DULCINEA
Dos nombres de un mismo personaje que representan la realidad y la imaginación encarnadas en una mujer del Toboso. Hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales, analfabeta, sensata, atrevida, de complexión fuerte y bromista. La ficción cervantina engendra sobre ese modelo realista el opuesto de Dulcinea, amada intangible «de hermosura sobrehumana» que representa el ideal platónico y apenas tiene voz. Por ella vive el caballero andante. Contra este ideal de mujer llena de virtudes que representa los sueños del Quijote hablarán otros personajes, del incrédulo Sancho a las mozas burlonas del Palacio Ducal. Don Quijote se mantiene en sus trece: son los malos encantadores, al acecho, quienes han convertido a su princesa en villana.
Artículo actualizado el 23 abril, 2016 | 10:35 h
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