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Cuentos

Un gran lío en el gallinero

Un gran lío en el gallinero
Érase que se era una comarca tranquila en la que se hallaba un tranquilo pueblo junto al que se levantaba una más tranquila granja. En ella convivían animales de toda clase cuidados por un matrimonio, Nicolás y Laura, que llevaban toda la vida trabajando la tierra. Ambos madrugaban cuando había que hacerlo, sobre todo en el tiempo en el que había que sembrar los campos y en la estación en la que había que apresurarse a recoger la cosecha para que no se echara a perder. El resto del año era Nicolás quien marchaba a sus labores mientras Laura quedaba al cuidado de
la casa y de los animales.
Ambos trabajaban, sí, pero cuando el hombre regresaba del campo se permitía sentarse en la mecedora a liar su tabaco para escuchar la radio o ver la televisión, mientras que Laura, en tales ocasiones, continuaba con sus faenas porque la comida no se hacía sola ni los animales se alimentaban del aire ni los suelos se barrían por arte de magia.
Pero el “pero” de Laura no se debía a sus imaginaciones. Algo estaba sucediendo en el gallinero. Y todo se debía a que la pollita Carolina se había hecho mayor, ya era adulta, y estaba viendo que no le gustaba ser adulta, no tanto como ser una bolita amarilla que se pasaba el día picoteando toda clasede gusanitos y semillas por el campo, libre de preocupaciones, dejándose calentar por las noches al calor de las alas de mamá gallina, Berta Picofino.
En una ocasión la mujer le comentó a Nicolás que llevaba unos días observando algo extraño que sucedía en el gallinero. Algo inaudito. Los cerdos, las vacas, las cabras, los conejos, la mula, el gato y los dos perros se comportaban como siempre, sin embargo, las gallinas parecían haber variado sus costumbres.
Pero ¿sigue el gallo cantando? –preguntó Nicolás.
Sí, el gallo canta.
¿Y las gallinas siguen poniendo huevos? –insistió el marido.
Pues sí, huevos ponen todos los días, como siempre –explicó la mujer.
Entonces no hay de qué preocuparse.
Pero... -protestó Laura.
Ni peros ni peras, serán imaginaciones tuyas –terminó Nicolás con estas palabras la conversación.
Pero el “pero” de Laura no se debía a sus imaginaciones. Algo estaba sucediendo en el gallinero. Y todo se debía a que la pollita Carolina se había hecho mayor, ya era adulta, y estaba viendo que no le gustaba ser adulta, no tanto como ser una bolita amarilla que se pasaba el día picoteando toda clasede gusanitos y semillas por el campo, libre de preocupaciones, dejándose calentar por las noches al calor de las alas de mamá gallina, Berta Picofino.

Ésta le había advertido de que dejara de tonterías y se comportara como una gallina normal,que pusiera huevos, atendiese a sus obligaciones del gallinero y sanseacabó. Pero Carolina no estaba conforme, y según pasaban los días su preocupación se transformaba en enfado.
La gallina Carolina estaba enfadada, muy enfadada. Ella y sus compañeras se pasaban todo el día trabajando, limpiando los nidos, escarbando en el suelo para buscar gusanos y lombrices con los que alimentarse, poniendo huevos, enseñando a sus hermanos menores, los pollitos, a hacerse pollos
de provecho, sacando brillo a las maderas del gallinero y, mientras tanto, el gallo Ginés holgazaneando sobre el palo mayor del corral.
El gallo Ginés no hacía otra cosa que cantar su kikirikí, presumir de los brillantes colores de sus bonitas plumas y comerse el pienso que el granjero cada mañana le dejaba en su caseta.
La gallina Carolina se quejaba:
- ¿Por qué a ti te dan de comer y nosotras tenemos que buscar la comida?, ¿por qué tú no tienes que trabajar y las gallinas sí?
Y el gallo Ginés le contestaba tras cantar de nuevo su kikirikí:
- Muy sencillo, porque yo soy el gallo del corral, el que despierta a los granjeros y el que tiene las plumas más bonitas de toda la granja. Además, soy mucho más fuerte que vosotras, las gallinas.
- ¡Pues no es justo, en absoluto, no es justo y no es justo! –se enfadaba todavía más Carolina, y las demás gallinas, sobre todo las más jóvenes, con el tiempo le fueron dando la razón.
Carolina entonces, después de mucho pensarlo y desoyendo los consejos de su madre, Berta Picofino, propuso a sus amigas ir a hablar con el granjero para que las tratara igual que al gallo, idea que a todas pareció fantástica.
- ¿Cómo no se nos habrá ocurrido antes? –se decían unas a otras, y se alegraban con antelación del resultado de la charla con Nicolás.
Y dicho y hecho. Carolina y otras dos gallinas más, Crestalinda y Buchegris, salieron del corral y fueron hasta la casa del granjero. Tocaron con el pico en la puerta hasta que apareció doña Laura.
La granjera vio que lo que le había contado al marido no eran imaginaciones suyas. Que dos gallinas llegaran hasta su puerta y tocaran con el pico en ella confirmaba sus sospechas de que
algo sucedía en el gallinero.
En eso tenía razón. Una vez intentaron quitarle la comida para compartirla entre todas las gallinas, y el gallo comenzó a picotazos con ellas. Las gallinas tuvieron que huir sin comida y magulladas.
- Señora –le dijeron-, venimos a hablar con su marido. Laura no se sorprendió tanto de que las gallinas hablaran (porque esto es un cuento y en los cuentos las nubes pueden ser de algodón dulce y las gallinas hablar), como de que quisieran hablar con Nicolás, cuando él tan poco trato tenía con los animales.
- ¿Y de qué queréis hablar con mi marido, si puede saberse? –preguntó, tremendamente intrigada.
- Verá, doña Laura, queremos decirle que estamos cansadas de que se porte con el gallo Ginés mucho mejor que con nosotras. Él no hace nada y nosotras nos pasamos el día trabajando. No es justo. Queremos que las cosas cambien.
Doña Laura se echó a reír y les contestó:
- Pero gallinitas, si siempre ha sido así. Siempre se ha tratado mejor a los gallos que a las gallinas, siempre, desde que era niña. No podéis venir ahora a cambiar eso, ¡qué ocurrencias! ¡Anda, marchaos antes de que me enfade! –y seguía riéndose por lo que le parecía una idea ridícula.
Las gallinas volvieron muy tristes al corral. Ni doña Laura las entendía. Las cosas siempre habían sido así, por supuesto, pero no era justo.
El gallo Ginés, para colmo, se burló de ellas:
- Gallinitas –les dijo-, ¿no os dais cuenta de que las cosas están bien así? Kikirikí, kikirikí... el día que podáis cantar tan bien como yo, el día que vuestras plumas sean tan bonitas como las mías, entonces y sólo entonces pedid que os traten como a mí.
Carolina se quedó pensativa y estuvo toda la noche dándole 15 vueltas a una nueva idea. Ella no podía consentir que el gallo fuese más importante sólo por ser más fuerte y porque su-piese cantar.
- ¡Ya lo tengo! –gritó en medio del gallinero en plena noche, despertando a todas las gallinas-, ¡ya sé lo que haremos!
Las gallinas se arremolinaron a su alrededor y escucharon sus palabras, al tiempo que el gallo, también despierto, intentaba oír lo que decían, sin conseguirlo. Berta Picofino también se
acercó a escuchar lo que tramaba su hija. Poco a poco se iba dejando convencer por las ideas de Carolina.
La mañana siguiente fue igual que cualquier otra mañana, igual hasta que la granjera se acercó a recoger los huevos que ponían las gallinas.
- ¡Oh! –gritó Laura, muy sorprendida-, ¿qué es esto?
La mujer no podía creer lo que estaba ocurriendo, era la primera vez que las gallinas no ponían huevos.
- ¡Ni un solo huevo! –volvió a gritar.
Corrió a la casa a contárselo a su marido.
- ¿Lo ves como tenía razón, Nicolás? Algo extraño está sucediendo en el gallinero. Primero vienen las gallinas queriendo hablar contigo y ahora no ponen huevos. No eran imaginaciones mías.
Nicolás se acercó al gallinero y comprobó por sí mismo que su mujer tenía toda la razón del mundo.
Y al día siguiente sucedió lo mismo, y al tercer día igual, y al cuarto, y al quinto. El granjero le pidió a Laura que hablara con las gallinas para ver qué estaba sucediendo.
- Hemos decidido no volver a poner huevos hasta que no se nos trate del mismo modo que al gallo Ginés –explicó Carolina.
- Pues entonces tendré que echarte de mi corral –amenazó Laura.
Si al gallo Ginés lo trataban bien porque cantaba y era elegante, a ellas, las gallinas, debían de tratarlas bien porque todos los días ponían huevos que servían de alimento a los granjeros, además de ocuparse de todas las tareas del corral y de educar a los pollitos.
Entonces Laura se dio cuenta de que aunque las cosas siempre habían sido de otro modo, podían cambiar, era justo que cambiasen, y ella y su marido, a partir de ese día, dieron de comer a todos por igual, tanto al gallo como a las gallinas, y ya que el gallo Ginés sólo cantaba y no ponía huevos, lo obligaron a que también se ocupase de la educación de los pollitos.
Al momento, detrás de Carolina se pusieron, una a una, todas las demás gallinas, incluso Berta Picofino. Todas apoyaron a Carolina.
- Si ella se marcha, nosotras también –gritaron a un tiempo.
Laura no podía permitir que se vaciara su gallinero, porque si sólo se quedaba el gallo, ¿quién pondría los huevos? Entonces comenzó a darle vueltas a la situación. A su marido tampoco le agradaría no poder comer las ricas tortillas que tanto le gustaban.
Hasta el granjero, gracias a los animales, descubrió que había que cambiar las cosas injustas, aunque siempre se hubiesen hecho de esa manera. Comenzó a ayudar en las tareas del hogar al igual que Laura lo ayudaba en las faenas del campo. El trabajo era trabajo de los dos y se repartía por igual. Y desde ese momento todos fueron felices y comieron lombrices. Bueno, todos menos los
granjeros, que comieron huevos fritos.
Y aunque al principio a Ginés le costó dejar de ser el centro de atención del gallinero y ponerse a trabajar, con el paso del tiempo llegó a ser más feliz, porque descubrió que trabajar como habían hecho siempre las gallinas era divertido, y cuidar de los pollitos también.

La cenicienta que no quería comer perdices (presentación)

Os aconsejo ponerla sin sonido, porque la musiquilla que tiene llega a cansar un poco.

La cenicienta que no quería comer perdices I

La cenicienta que no quería comer perdices I LECTURA DRAMATIZADA

Propuesta de ficción

Propuesta de ficción !Hola a todos! Soy Corn, el hada de todos los cuentos. Soy la personita que pone en los cuentos la fantasía. Esta vez no sé cómo, pero sólo había desorden, y ahora mismo lo explico.

Camilo José Cela, sí, no se extrañen, el famoso escritor que en 1989 recibió el PREMIO NOBEL DE LITERATURA, pensó en hacer un cuento infantil. Quería que una joven (Bramante), fuera una sirvienta de tantas, pero en ese mismo momento la joven pintada en la hoja salió al mundo real. Era un dibujo que podía hablar, andar, correr,......, aunque en aquel momento empezó a protestar.

- !Estaría bueno!. Solamente nos mencionáis en los cuentos cuando hay que hacer alguna tarea del hogar.

- Esto es una imaginación, porque no puedo estar hablando con un personaje de ficción. - Respondió asombrado Camilo.

- Bueno, la verdad es que no soy la única que puedo protestar por ............. !!Crash!! De repente aparecieron Blanca Nieves, Cenicienta, la Bella Durmiente y la jovencísima Caperucita Roja.

- ¡Hola Bramante! - Saludaron las cuatro jóvenes.

- ¿También vosotras vais a protestar por vuestro papel en los cuentos? - preguntó Camilo asombrado, ya que no le pasa esto a uno todos los días.

- La verdad es que no podemos negarlo.- Insistió Blanca Nieves.- Yo no estoy muy satisfecha con mi papel, tengo que hacer las tareas del hogar de los enanitos, además de que no son muy limpios, tengo que cuidar de su casa mientras que están de vacaciones.

- ¿Pero al final no te casas con un príncipe? - se oyó la voz de Camilo.

- ¿Un príncipe?. !Ese es un vago!. Quiere que haga la comida, le lave la ropa y lo peor es que trabaja en el anuncio de Profidén.- Terminó Blancanieves.

No se oyó ningún ruido durante unos instantes hasta que el silencio lo rompió Cenicienta.

- Bueno, ahora soy yo la que protesta. Soy la sirvienta de mi propia casa, solamente oigo: "Cenicienta, lava la ropa, prepara la cena para veinte, friega el suelo, haz esto, haz lo otro". ¡No paro ni un momento!

- ¿Y el príncipe?. Tú no tendrás ningún problema.- preguntó Camilo.

- No, he vuelto a mi casa porque el príncipe no ganaba para zapatos, ya que todos los días perdía uno en los jardines de palacio. Además, el Hada madrina se ha cansado y se ha jubilado.

- Graves problemas los vuestros.

-¿Y de mí, qué pasa? - preguntó Caperucita.- Yo tengo que llevar la comida a mi abuela, como se la come el lobo tengo la orden de preparar aún más, le limpio la casa, reparo el techo que lo tiene lleno de goteras; !!Y aún soy una niña!!.

- Todos mis problemas están reunidos en los que han explicado mis amigas, aunque sólo quiero saber una cosa, ¿ Por qué somos las mujeres las que trabajamos en la casa?- preguntó la Bella Durmiente.

Camilo José Cela no pudo explicarles nada, pero esta conversación tuvo mucha importancia, ya que los cuentos llegaron a tener cambios, como que Blancanieves ahora es una obrera en una mina, Cenicienta es la presidenta de una empresa de banca, la Bella Durmiente es piloto de aviones y Caperucita, un poco más crecidita, es albañil; tampoco hay que olvidar que Bramante es una de las mejores escritoras.
CORN

P.d.t.: Este cuento sirve para ver cómo en la ficción y en la realidad las mujeres están en segundo plano y a lo mejor si seguimos luchando y trabajando llegaremos a ser igual que los hombres.

ZORAIDA DE MATÍAS BLÁZQUEZ 8ºB Alumna del colegio Miralvalle de Plasencia en Cáceres.

AHORA CONTESTA LAS SIGUIENTES PREGUNTAS:
1.- ¿De qué se queja Bramante?
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2.- ¿Crees que tiene razón? Explica qué papel realizan las mujeres en los cuentos tradicionales que conoces.
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3.- Como dice el cuento, parece que esta tendencia está cambiando en la realidad, menciona algunos cuentos, historias, películas que conozcas en las que el papel de la mujer sea diferente al actual.
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4.- ¿Qué piensas del final feliz que siempre se daba a los cuentos tradicionales: casarse con un príncipe? ¿Crees que el príncipe azul existe? Razónalo
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5.- ¿Cómo son los hombres y mujeres de las historias que ahora lees tú? ¿Siguen perpetuando los roles machistas?
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La cenicienta que no quería comer perdices II

La cenicienta que no quería comer perdices II LECTURA DRAMATIZADA